domingo, 25 de septiembre de 2016




LA FOTOGRAFÍA: EL ARTE DE COMUNICAR CON IMÁGENES






 


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NATIONAL GEOGRAPHIC EN ESPAÑOL

 Lunes, 9 de mayo de 2011

 Una nueva generación de superescaladores llega hasta el límite en Yosemite.



Dean Potter escala una ruta llamada Heaven, en Glacier Point, sin cuerda que lo salve. Por Mark Jenkins / Fotografías de Jimmy Chin Una mañana soleada de septiembre, un joven se aferra a la cara de Half Dome (“medio domo”), pared de puro granito que mide 650 metros de altura y se encuentra en el corazón del valle Yosemite. El joven está solo y tan lejos del suelo que quizá solo las águilas lo ven. Mientras se cuelga con la punta de los dedos de una repisa tan delgada como una moneda, con sus zapatos deteniéndose apenas sobre las ondulaciones de la roca y Eminem sonando en su iPod, Alex Honnold intenta algo que nadie ha tratado antes: escalar sin cuerdas una ruta en el Half Dome llamada Cara Regular Noroeste. Le faltan menos de 30 metros para llegar a la cima cuando ocurre algo potencialmente desastroso: pierde una pizca de confianza.

 Durante dos horas y 45 minutos Honnold ha hecho todo a la perfección, realizando cientos de movimientos atléticos muy precisos, uno tras otro, y no ha titubeado una sola vez. En este deporte conocido como “solo integral”, que significa trepar sin nada más que una bolsa de magnesia y pies de gato –sin cuerda, sin equipo, sin nada que te mantenga pegado a la roca más que la fe en ti mismo y tu habilidad–, dudar es peligroso. Si las yemas de los dedos de Honnold ya no resisten, o si cree ya no resisten, caerá hacia su muerte. Y ahora que de pronto el hechizo se ha roto por culpa de la fatiga mental y la losa que brilla como vidrio frente a él, está paralizado. “Mi pie nunca podrá apoyarse en eso –se dice a sí mismo Honnold mirando una protuberancia resbalosa sobre la pared–. Estoy perdido”.

 Cuando el Half Dome fue escalado por primera vez en 1957, al californiano Royal Robbins y sus compañeros de equipo les tomó cinco días. Para llegar a la cima, a 1 475 metros sobre el suelo del valle, clavaron en la roca cerca de 100 pitones (cuñas delgadas de acero) de los que colgaron cuerdas; a este estilo se le llama escalada artificial. En 1976, una generación más tarde, Art Higbee y Jim Erickson, ambos de Colorado, escalaron el Half Dome en 34 horas y casi sin nada: usaron solo sus manos y pies, afianzándolos en las grietas de la pared, y llevaban cuerdas únicamente para detener las posibles caídas. Si Honnold consigue hacer un solo integral en el Half Dome, elevará en forma increíble los estándares de este tipo de escalada.

Ahora, aferrándose al granito, Honnold vacila; se empolva delicadamente una mano con magnesia y después la otra, y acomoda con mucho cuidado sus pies en lugares invisiblemente pequeños. De repente se mueve otra vez, ascendiendo, posando su zapato en una saliente resbalosa. Se sostiene. Mueve su mano hacia otra saliente, aprieta sus dedos en el borde diminuto. En cuestión de minutos está en la cima. “Lo logré porque no había nada más que pudiera hacer –me dice Honnold más tarde, soltando una risa de niño–. Me impuse, confié en ese terrible punto de apoyo y me liberé de la pequeña prisión donde estuve en silencio por cinco minutos”.

La noticia de su escalada de dos horas y 50 minutos da la vuelta al mundo. Los escaladores están atónitos y los blogueros escriben. En este caluroso día de otoño de 2008, un chico algo introvertido de 23 años, que juega Scrabble con su mamá y vive en los suburbios de Sacramento, acaba de establecer un nuevo récord en la mayor de las ligas mayores de la escalada.


Cedar Wright ignora el ardor de sus músculos mientras se sostiene apenas con la mano cubierta de magnesia, para lograr pasar el techo en Gravity Ceiling, ruta en Higher Cathedral Rock. “Estoy dando 199 % –dice–. Pero aun así me sentía tranquilo y sereno”.





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